Buda de Oro
La historia del Buda de Oro
Esta es la historia de la estatua de un Buda, puesta a salvo de los invasores y olvidada durante 200 largos años hasta que se le dio la oportunidad de volver a brillar.
La historia comienza en un viejo templo a las orillas del río Chao Phraya, el río que cruza la capital Tailandesa, Bangkok. El templo llevaba ya un tiempo en desuso y se decidió derruirlo con el fin de usar el terreno para otros fines.
En el templo había un Buda de yeso de casi 4 metros de altura, no muy agraciado en el diseño y de poca valía. Debido al respeto que existe en esta cultura por las estatuas de los Budas, decidieron trasladarla al templo Wat Traimit, cerca del barrio chino, y allí estuvo casi 20 años a la intemperie bajo una simple chapa de metal que la protegía de la lluvia.
Cuando comenzaron las obras para remodelar el templo la grúa que sostenía la estatua se rompió y ésta cayó al suelo. Este accidente fue interpretado como un mal augurio y por ello dejaron la estatua al descubierto durante toda la noche.
Al día siguiente se dieron cuenta de que en la caída había aparecido una grieta vertical de arriba a bajo en la estatua de yeso. Uno de los monjes quiso mirar dentro de la grieta y cogió una linterna.
Cuál fue su sorpresa cuando al dirigir la linterna hacia el interior de la grieta un rayo dorado de luz salió del interior de la estatua. Asustado se fue a llamar a otro monje y le pidió que le acompañara porque él no daba crédito a lo que había visto.
Acompañado del otro monje, ambos se dirigieron, linterna en mano, hacia la estatua. Y al encender la linterna y apuntar con su luz hacia el interior de la estatua, de nuevo una rayo de luz dorada volvió a resplandecer desde el interior de la estatua.
Ninguno de los dos monjes podía explicar este fenómeno. Probaron una y otra vez. Y cada vez, sin explicación alguna, al dirigir la linterna hacia el interior de la estatua, un rayo de luz dorada salía en su dirección.
Cada día que pasaba la grieta en la estatua de yeso se hacía más y más grande. Y cada día los dos monjes se acercaban a la grieta con la linterna con el fin de desvelar el misterio del rayo dorado.
Un día el tamaño de la grieta era tan grande que uno de ellos pudo entrar por ella. Y cuál fue su sorpresa al entrar y descubrir que el yeso, en realidad, estaba cubriendo la estatua de un buda de oro.
Inmediatamente llamaron al resto de monjes y se pusieron manos a la obra para quitar, poco a poco, las capas de yeso que habían estado cubriendo la estatua de oro.
La estatua mide 3 metros y parece ser, por sus formas y características, que tiene su origen en la antigua capital de Ayutthaya, y que fue escondida en Bangkok para protegerla de los saqueos producidos durante la invasión birmana.
Actualmente la estatua del Buda de Oro es una de las principales atracciones en Bangkok y diariamente es visitada y apreciada por cientos de personas.
La historia del Buda de Oro me recuerda que todos llevamos una estatua de oro dentro, y que al protegerla con capas y capas de yeso corremos el peligro de olvidarnos de ella.
Si bien estas capas nos han protegido en momentos determinados de nuestras vidas, continuar con ellas puestas conlleva esconder el brillo de nuestro interior. Y así escondemos lo más bello y valioso que tenemos ante los demás, nuestra esencia, y sólo mostramos las máscaras que nos hemos ido colocando con el fin de encajar, de ser queridos o de no sufrir.
De lo que no nos damos cuenta es de que:
- Esconder quienes somos también es una fuente de sufrimiento.
- Mantener las capas de yeso requiere de energía constante, ya que son frágiles y necesitan ser reforzadas periódicamente.
- Las capas protectoras, además, nos alejan de nuestro verdadero poder y valía.
- El yeso es mucho más frágil que el oro.
Nuestra fuerza y nuestro brillo está, y siempre ha estado, en nuestro interior. Y nos corresponde a cada uno de nosotros coger una linterna, como los monjes del templo, y mirar hacia dentro para ver el oro que escondemos.
El siguiente paso: ¡¡brillar!!