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Los Buenos Hábitos

Los Buenos Hábitos

 

Los buenos hábitos son esas prácticas del día a día que nos hacen sentir bien con nosotros mismos, nos nutren física, mental y espiritualmente, y sobre todo nos ayudan a volver al equilibrio en cuanto sentimos que nos hemos alejado de él.

Hace poco leí una cita que me llamó la atención porque revelaba la actitud que muchos de nosotros tenemos ante las prácticas:

Si no tienes una práctica espiritual asentada durante los tiempos en los que todo va bien, no puedes esperar de repente desarrollar una durante los momentos de crisis” Doug Coupland

Y es que, pensé, ¡¡sólo nos acordamos de rezar, meditar o reflexionar en los malos momentos!! ¡¡Y encima nos cabreamos porque no funciona!!

Pero no sólo nos pasa con la práctica espiritual. Normalmente sólo buscamos ayuda en las prácticas únicamente en los momentos de “pánico”. Y así, sólo nos acordamos de comer sano o hacer ejercicio, cuando los análisis de sangre nos dan un toque de atención o llega el verano. O de descansar cuando nuestro cuerpo ya no puede más, o el corazón nos ha dado un pequeño susto. O de respirar profunda y conscientemente cuando estamos teniendo un ataque de ansiedad. Que es muy útil, pero si no tenemos costumbre de respirar profundamente, intentar aprender durante un ataque de ansiedad… es bastante complicado.

De ahí que lo normal es que este uso de las prácticas, o buenos hábitos, no nos de muy buen resultado, y concluyamos “a mi no me funciona eso”.

Las prácticas, o los buenos hábitos:
Por un lado, nos sirven de red de seguridad en la que rebotamos al caer y nos permiten una recuperación rápida.

Claro que para que sirva la red, tiene que estar extendida. Y para extenderla ¡¡hay que practicar!!

Y por otro, nos dan la seguridad y confianza que necesitamos para no caernos tanto.

Nos fortalecen por dentro física, mental, emocional y espiritualmente. Así una persona que practique la meditación responderá con más serenidad y claridad a situaciones estresantes que una persona que no tenga esa práctica en su día a día.

 

A continuación os propongo algunas prácticas por si queréis extenderlas y probarlas:

 

Prácticas para el cuidado del espíritu:
  • Diario de gratitud.

Cada vez que  nos paramos a pensar en lo que tenemos y además lo agradecemos entramos en el mundo de la abundancia y de la apreciación. Ambos mundos son claves para mantener alimentado nuestro espíritu.

  • Cada mañana al levantarte responde a la pregunta ¿cuál es mi propósito de vivir este día?

Cuando buscamos un propósito o un para qué a lo que hacemos, nuestra vida comienza a tener sentido. Haciendo esto a diario sentiremos que nosotros también contamos y que lo que hacemos importa, manteniendo un sentimiento de realización.

 

Prácticas para el cuidado cuerpo:
  • Despierta el cuerpo todas las mañanas.

Antes de empezar el día estira el cuerpo con movimientos suaves que despierten tanto los músculos como las articulaciones. ¡¡Con 5 minutos vale!!

  • Come despacio y sin televisión.

Se consciente de lo que comes y cómo lo comes. Cuando traemos consciencia al momento de la comida nos es más fácil escuchar las señales que nos manda el cuerpo cuando ya hemos comido lo suficiente, de forma que comeremos únicamente lo que necesitamos.

  • Descansa al menos 6-8 horas al día.

El descanso es fundamental para el buen funcionamiento de nuestro organismo. ¡¡Ponlo como prioridad!!

 

Prácticas para el cuidado la mente:
  • Silencio y enfoque.

Elige un momento del día y practica sentándote a estar en silencio y a llevar la atención de tu mente hacia un punto concreto. Por ejemplo: las fosas nasales, el abdomen. Cada vez que notes que la atención está en un pensamiento, ruido, dolor, etc, suavemente vuelve tu atención a donde la tenías. Una y otra vez. No importa las veces que tu mente se vaya, sino que la traigas de vuelta haciendo que ésta te haga caso a ti, en vez de estar a merced de ella y sus pensamientos inoportunos.

 

Prácticas para el cuidado emocional:
  • Comparte tus emociones.

Compartir nuestras emociones es una buena forma de evitar que éstas se nos atasquen o enquisten dentro. Al dejar que nuestras emociones fluyan debemos prestar atención a nuestro vocabulario y asegurarnos que la conversación nos lleva a ventilar la emoción, y no a echarle más leña al fuego.

  •  Escucha tus emociones y lo que éstas quieren decirte.

Normalmente cuando nos sentimos “bien”, es decir, contentos, ilusionados, alegres, etc, es porque una de nuestras necesidades está siendo cubierta. Si nos fijamos en que necesidad es, por ejemplo: reconocimiento laboral, placer físico, conexión con otros, seguridad, podemos aprender sobre qué es lo que tiene que ocurrir para que nos sintamos así y poder repetirlo en la medida de lo posible.

Si por el contrario nos sentimos “mal”, es decir, desanimados, estresados, avergonzados, etc, podemos mirar qué necesidad no está cubierta y reflexionar sobre qué es lo que tiene que ocurrir, o cambiar, para que la necesidad que tenemos se cubra y así sentirnos mejor.

 

Ahora sólo queda practicar para obtener los beneficios!!!