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“Lo siento, no era mi intención!”

“Lo siento, no era mi intención!”

 

¿Por qué en ocasiones hacemos daño a personas cercanas sin querer? ¿Es suficiente con tener una buena intención para no hacer daño? ¿Qué podemos hacer para evitar malentendidos?

Hace unos día tuve una conversación con una amiga en la que, durante la primera mitad, me sentí completamente confundida, y sin saber qué hacer o qué decir. Mi confusión venía de que mi intención era entender que es lo que yo podía hacer de una forma diferente para que mi amiga no se sintiera como se sentía, y mis preguntas se quedaban sin respuesta. ¿Por qué? Porque la intención de mi amiga no era que yo cambiara mi comportamiento, sino que escuchara sus sentimientos. Esto no llegué a entenderlo hasta que decidí abandonar “el entendimiento” como objetivo de la conversación y me centré en “conectar con ella y escuchar con curiosidad”.

En el momento en que mi intención cambió la conversación empezó a fluir en una dirección diferente, y es que, la intención consciente tiene el poder de dar forma a nuestras palabras y actos, influyendo positiva o negativamente en el resultado. Nos define el rumbo hacia donde queremos ir y nos informa de cuando nos estamos alejando de él.

Además, la intención con la que compartimos, hablamos, o actuamos, influye en nuestro tono de voz, nuestro lenguaje corporal, nuestra mirada, nuestras palabras, y todo ello en conjunto constituirá el mensaje final.

Puede ser que elijamos nuestras palabras cuidadosamente para que suenen respetuosas, pero si por dentro estamos pensando que la otra persona no tiene razón y sólo decimos lo que decimos para evitar un posible conflicto, esta energía se percibirá en el mensaje independientemente de las palabras que usemos. De ahí la importancia de la intención en la comunicación.

En general, vamos por la vida sin prestar atención a la intención que tenemos, o a qué es lo que queremos conseguir a la hora de comunicarnos. Nos ponemos a hablar sin parar primero a pensar cómo puede afectar lo que voy a decir a la otra persona y si realmente lo que voy a decir me acerca, o me aleja ,de lo que quiero. Normalmente la única norma que seguimos es la de dar nuestra opinión, que por cierto, es la correcta!, y la intención por defecto es conseguir que nos den la razón. Como consecuencia, creamos separación y conflictos, que por otro lado, queremos evitar.

Cuando el resultado, o impacto, de nuestras palabras o acciones no es el que queremos, es el momento perfecto para pararnos y honestamente preguntarnos cuál es la intención que alimenta y da forma a nuestro tono, postura y palabras. Quizás no queramos conscientemente hacer daño a la persona a la que nos dirigimos, pero si nuestra intención es tener razón, o educar al pobrecito que tenemos delante, que parece que no se entera de nada, este juicio se transmitirá en nuestro mensaje, causando aquello que no queremos.

 

¿Qué podemos hacer para mejorar el impacto de nuestras acciones y palabras?

 

1) Pararnos y preguntarnos: ¿Cuál es mi intención en esta situación? ¿Qué es lo que quiero conseguir con mis actos, o palabras?

¿Es mi intención…

…contribuir?, …crear más conexión?, …mejorar la comunicación?, …que todos salgamos ganando?, …clarificar una situación?

o es, …tener la razón?, …igualar el marcador con la otra persona?, …quedar por encima de ella?, …o hacerle que sufra un poquito “porque después de lo que te ha hecho se lo merece”?

En este primer paso lo importante es que seamos honestos con nosotros mismos y que no juzguemos nuestra intención, que simplemente seamos conscientes de ella.

Claro que esto no es tan fácil. Cuando la intención no está alineada con nuestros valores, lo que suele ocurrir es que no queremos admitir que nuestra intención no es del todo “buena”. Nadie quiere ser el “malo de la película”, así que para no sentirnos mal, buscamos alguna justificación para nuestros actos, pensamientos e intenciones, nos la creemos y nos engañamos a nosotros mismos para lograr sentimos bien. De ahí que debamos prestar atención para que esto no ocurra.

 2) Elegir conscientemente nuestra intención, lo que queremos crear.

Lo bueno de las intenciones es que las podemos elegir. Y el hecho de elegir, por un lado nos da autonomía y por otro nos informa de qué hacer. Así por ejemplo, si mi intención es que todos salgamos ganando, estaré más abierta a escuchar las necesidades de la otra persona y encontrar que es lo que yo puedo ofrecer, y al mismo tiempo, me ayudará a pedir lo que yo quiero con confianza y seguridad.

3) Comunicar nuestra intención.

La intención no tiene por que ser secreta. Al comunicar nuestra intención, estamos informando a la otra persona de lo que deseamos y la hacemos participe de ella. Además conseguiremos que todo lo que digamos después se vea a través de la intención y se interprete de una forma “más cercana” a lo que tu quieres conseguir, evitando así algunos malentendidos.

4) Comunicarse de forma asertiva y evitar hacer juicios de valor.

Recuerda que tus necesidades son igual de importantes que las de los demás y que los juicios sólo sirven para alejarte de la persona o la situación que estás poniendo en juicio.

Es importante clarificar cuáles son nuestras necesidades, respetarlas, comunicarlas, y al mismo tiempo, tener en cuenta las necesidades que pueda tener la otra persona. Si nuestra preocupación es auténtica y genuina todo fluirá mejor.

 

Conclusión:

  • La intención es la base de la comunicación.
  • Da igual si quieres hablar con tu hijo, tu mujer, tu jefe, tu amiga… ninguna técnica, por muy buena que sea, te servirá de nada si consciente, o inconscientemente, tu intención es destructiva.
  • Cuando somos conscientes de nuestra intención, de lo que queremos, es mucho más fácil conseguirlo.