Mi mente no para
“Mi mente no para” o “mi mente va a mil por hora” son frases que decimos o escuchamos constantemente, y además, con una connotación negativa.
Consideramos que el hecho de que nuestra mente sea rápida o que trabaje mucho es un problema que intentamos solucionar entreteniéndola, distrayéndola o buscando técnicas cuyo objetivo sea parar la mente.
Sin embargo, el problema no está en la rapidez o la abundancia de nuestros pensamientos, sino más bien en el hecho de que no estamos al mando de ellos.
La mente racional nos permite idear soluciones, estrategias, entender, aprender, elegir, crear, mantenernos a salvo o disfrutar cuando hacemos un uso consciente de ella. Es decir, cuando somos nosotros los que decimos a nuestra mente qué hacer y nos ponemos al mando de ella.
Sin embargo, hay momentos en los que la mente se pone en funcionamiento en modo automático divagando a sus anchas, y es en estos momentos en los que sentimos que perdemos, o incluso peor, ¡que no tenemos el control!, de nuestra mente.
Son estos momentos en los que la mente funciona en modo automático los que le dan tan mala prensa a nuestra mente. Y como consecuencia la criticamos, la culpabilizamos o la rechazamos como si ella tuviera control sobre nosotros, sin pararnos a pensar que si nuestra mente está en funcionamiento automático es porque nosotros lo estamos permitiendo.
La mente es una parte más del ser humano y está a nuestro servicio. A menos, eso si, que la dejemos deambular a sus anchas.
Hay prácticas que nos enseñan a observar nuestros pensamientos, dónde está nuestra mente, y a ponernos al mando de ésta haciendo que la atención de nuestra mente vaya donde nosotros queramos.
En mi experiencia, todas estas prácticas necesitan de un requisito fundamental:
que aceptemos, abracemos y amemos nuestra mente.
Cada vez que vamos en contra de nuestra mente, estamos yendo en contra de nosotros mismos. Y esto tiene una repercusión en cómo nos sentimos con nosotros mismos y nos debilita a la hora de ponernos al mando de una de nuestras fuentes de potencial más valiosas: nuestra mente.
Queremos tener a la mente como amiga, así que lo mejor es unirnos y trabajar con ella en vez de en su contra. Para ello podemos imaginar que la mente es como un caballo salvaje que lleva años corriendo por las praderas sin ningún límite o restricción y que para poner a nuestra disposición todo el potencial y fuerza de este caballo nos tenemos que ir acercando a él poco a poco y enseñarle qué es lo que queremos de él y cómo lo tiene que hacer.
Imagina que a un caballo salvaje que está en plena carrera le gritamos que se pare en seco y se quede completamente parado. Lo más normal es que ni siquiera nos oiga. Entonces gritamos más alto y nos vamos enfadando más y más y empezamos a criticar al caballo… ¡¡por ser caballo!!
Si queremos hacernos con el mando del caballo, o de nuestra mente, el primer paso es reconocer todas las virtudes de ésta y acercarnos a ella con amor. A continuación, comenzar la fase de aprendizaje, no de la mente para seguir nuestras instrucciones, sino para convertirnos en jinetes asertivos, compasivos, que saben dónde van, lo que necesitan de su caballo y cómo pedirlo.
¡Este es el verdadero aprendizaje! Y es que, la mente está a nuestra disposición, si y sólo si, nos ponemos al mando.
Con el objetivo de ponernos al mando, te propongo que comiences una relación de amistad con una parte de ti: tu mente, escribiéndole una carta como si se la escribieras a una buena amiga a la que quieres dar las gracias por su amistad y pedirle que sigáis juntas.
Te dejo con el encabezamiento…
Querida mente,…
“Mi mente no para”, Mónica García, Coach Profesional Certificada